Un aproximación a la obra de Salvador Reyes

Por Eduardo Aramburú García.

Sin duda, Salvador Reyes encarna en nuestra literatura al poeta, novelista, cuentista, ensayista y narrador por excelencia de temas  y conflictos marítimos, que poseen un sentido  identitario  de los mares chilenos, unido a una nostálgica y rica dimensión universal. Con razón Ángel Cruchaga (1893-1964), en 1926, lo define con las siguientes palabras: “En un estilo aéreo y vivo, que anima los adjetivos llameantes, Reyes, sin obstáculos, con la certidumbre del orfebre que engarza piedras preciosas en una tiara, ha ido hilvanando sus cuentos de ensueños” (en Diccionario Histórico y Biográfico de Chile)

Su primer libro, “Barco Ebrio, fue un canto al Mar, nos coloca ante el agua eterna, es la transparencia de la voz de un poeta adolescente, pero no menos madura su palabra para entregar su visión.

Sin embargo, Salvador Reyes ha centrado su inspiración en la novela del mar y en  el ambiente de los puertos. La línea la trazaron los cuentos de su libro “El último pirata”, luego “Ruta de sangre, con su frisos históricos de tiempos de  filibusteros  y piratas que asaltaban el norte de Chile, revela a un maestro cuya imaginación, elegancia de fantasías y de frases que sin duda vienen de un poeta, lo ubican  en las primeras filas de nuestro quehacer literario nivel nacional y rápidamente, a un nivel internacional.

Debemos destacar que el tema autóctono reemplazará muy pronto en el escritor al conflicto puramente imaginario, por tanto Antofagasta, Taltal y sobre todo Valparaíso, constituirán el nudo futuro de sus obras (Ercilla, 29 de julio 1967).

Tenemos por ejemplo que “Piel nocturna”, es el esbozo de lo que sería más tarde Valparaíso Puerto de nostalgia”, y en “Mónica Sanders” desarrollará una visión de nuestro principal Puerto (Valparaíso) y de los puertos del norte y del extremo sur, con su novela “Cabo de Hornos”, en que brilla una extraordinaria libertad y se siente  al hombre en la fusión directa con los elementos naturales.

La vida de puertos, con su fusión babélica de costumbres, razas, idiomas y el carácter provisional que está escrito a una existencia dispuesta siempre al viaje, desarraigada de lo fijo y estable, se refleja en Valparaíso, “Puerto de nostalgia”, con una fisonomía inconfundible.

En “Lo que el tiempo deja”, y en otras de sus obras, Antofagasta, Punta Arenas, y el extremo austral ponen su sello vigoroso y revelan una actitud del alma chilena, sobria, luchadora y anhelosa de una insobornable libertad. Un poeta curicano, hace algunos días, en relación con la contingencia nacional chilena futura, dijo: “puedo entregar todo, pero menos mi libertad”

Desde el punto de vista del lenguaje, Salvador Reyes, según Sergio Torretti,  disfruta de esas   mismas cualidades. La frase en él no se detiene sobre sí misma, en búsqueda de una inútil y narcisista retórica. Fluye con espontaneidad, es un río de corriente clara y exacta, que cruza muchos territorios, se encuentra a su paso  con muchos accidentes, pero los sortea  todos con sorprendente agilidad y casi sintiendo el goce de la carrera y la firme seguridad de sus rápidas ondas.

Salvador Reyes se hace leer con seductora gracia, porque escribe con alegría y habla de lo que ama. Un leve toque de melancolía, una fugaz nota de desencanto, señala también que en el fondo de su imaginación vibra en forma profundo el amor a la vida, que reclama una plenitud que jamás se declara satisfecha ni estima concluida su aventura.

Pero también aparece el periodista, con sus apuntes de viajes y crónicas de corte periodístico, podemos nombrar  “El continente de los hombres solos” (puedes leer el manuscrito aquí).

Salvador Reyes, fue un amante del mar, vivió el lema de la “Hermandad de la Costa”: “Vivir no es necesario, Navegar es necesario”. Fue uno de los pocos escritores, junto a Coloane, que conoció las vidas del océano chileno, a través de navegaciones tanto vívidas como imaginarias. Fue el creador del Museo del Mar, en Valparaíso.  Su viuda Suzanne Bertranad, no escatimó esfuerzos para que el sueño del escritor fuese una realidad.

El destacado crítico Alone lo encasilló como “imaginista”, en contraposición de los criollistas, sin embargo Salvador Reyes nunca estuvo de acuerdo con esa nominación, y dice al respecto:

                 “Dicen que soy imaginista, como si todo ese mundo no existiese. El término lo inventó Alone. No tiene sentido. Es una solemne tontera. Todo escritor es imaginista y no hay novela sin imaginación. Yo no hablo ni he hablado del mar para dármelas de extraño, exótico o desarraigado, sino porque lo he visto y lo he vivido.

                  Yo nunca he afirmado que la creación novelesca debe estar completamente despegado de la realidad. Lo que yo he dicho es que la imaginación debe guiar al artista y que es mala y aburrida toda novela en la cual no existe un soplo de poesía que la levante sobre la vulgar copia  de los hechos.

                   Jamás he escrito sobre las nubes. He pintado a Valparaíso, al Cazador de Ballenas, a los espías en Barcelona. No existe escritor sin fantasía. Escolares inocentes deben repetir esa majadería del imaginismo. En Chile no se analiza, los errores se repiten. Adquieren  soberanía  y se tornan respetables.

                  Cuando publiqué mi juvenil Barco Ebrio, tomé el título de RIMBAUD, se dijo que yo era un discípulo de él. ¡Ojalá lo hubiese sido cierto! En otro sitio mencioné a Tristán Corbiere. En Chile no lo conocía nadie. Dijeron, sin embargo, que era mi maestro.

                   Soy un hombre inubicuo, sin pie en la tierra. Basta leerme”.

Siguiendo con sus libros, en “Los tripulantes de la noche” encontramos el tema de los contrabandistas con una misteriosa mujer, la aliada secreta del jefe. Pero sobresale la novela juvenil “Ruta de sangre”, con ambiente corsario, que estuvo en las manos de los adolescentes junto  a obra  similar de Rafael Sabatini. En “Ruta de Sangre”, el corsario es un joven chileno que se rapta a una joven y la embarca para vivir una romántica aventura, pero desgraciadamente con un final poco feliz.

En la lectura de “Andanzas por el desierto de Atacama”, Salvador Reyes nos envuelve en esa sinfonía de recuerdos y acontecimientos de su niñez y juveniles. Con él caminamos hacia su tierra natal: Copiapó, para caminar juntos por la tierra madre, escenario donde el escritor extrae sus primeras vivencias.

Hugo Rolando Cortés, dice, respecto al retorno a la tierra madre:

             “La infancia y la adolescencia poseen un embrujo que por común no suelen tener otras edades. Parece que allí se fijan en aguafuerte las impresiones más duraderas, las que sobreviven con más nitidez a través

Nació en Copiapó un 16 de agosto de 1899. Aquí vivió sus primeros años, en una casona ubicada en Colipí esquina de Infante, la cual describe magistralmente en la novela “Copiapó”, luego será Taltal, escenario futuro del libro “El matador de tiburones”, pero es Antofagasta el epicentro donde en su adolescencia y juventud  vive las primeras aventuras que despertaron su sensibilidad creadora. Y es también donde tuvo sus primeras experiencias estudiantiles.

Su abuelo, del mismo nombre de nuestro escritor, tiene en Antofagasta una calle con su nombre. Era Cónsul de Chile, en 1877, cuando la ciudad pertenecía a Bolivia; Después se le eligió alcalde, cuando producto de la guerra esa ciudad se anexa a Chile. Su padre, Arturo Reyes, leyó en la Plaza Colón el Acta por el cual Chile tomaba posesión de tan inhóspitas tierras.

Siendo aún adolescente, descubrió en la biblioteca de su padre libros de Claude Farrère.  Despertaron en él esa geografía especial que conocen los niños y tuvo la visión del mundo exótico. O sea, hecho transcendente, se descubrió a sí mismo. Supo, según Oscar Guzmán Silva, uno de sus amigos, “quién era y que cosas anhelaba”. Contra viento y marea tendría que surcar corrientes e ir a su propio encuentro, pero antes debía empaparse, cada día y todas las noches, con el saber formativo, tanto el de los textos como el de la realidad que se palpa con las manos, la mente, y también con el alma.

Antofagasta curtió su frente en largas andanzas antes que llegara a otro de sus grandes amores, Valparaíso, que sería venero frecuente en las páginas de sus novelas. En Valparaíso se empapó de todo, descubrió el encanto del primer puerto de Chile. Desde las callejuelas a los cafetines, por la ciudad “… al pie de los cerros y sobre una estrecha cornisa ofrece todos los aspectos de la vida urbana junto al mar, cada uno con su propio carácter y cada uno bien separado del vecino…”  escribió en Mónica Sanders.

Salvador Reyes dijo, si tuviera que elegir entre todas mis obras me quedo con Mónica Sanders. Un porteño dijo en alguna oportunidad, “…cuando tengo nostalgias y estoy solo, quiero llamar a Mónica Sanders”. Se dice que, estando  en Londres, en un rapto de nostalgia porteña surgió Mónica Sanders, que según  el mismo Alone habría dicho que es una de las más altas obras de su género. En ella, los personajes son novelescamente reales, no solamente los protagonistas, sino que también los secundarios. Está su fidelidad expresiva que compone con ellos submundos junto a Julio Moreno, el aguerrido cazador de ballenas y Mónica, esa mujer madura y apasionada.

Quiero recurrir a mi hermano Andrés Sabella, porque así me trataba. Él lo retrató con maestría:

“Salvador Reyes vivió para la vastedad humana y para la vastedad creadora. Su impulso no era el de los vanos, era el impulso poderoso de los hombres de acción, esos que tanto exaltaba su camarada más entrañable, el glorioso manco de “Ron”, nuestro Blaise Cendrars de los 20 años y de la vida eterna. Salvador Reyes pasaba en las calles luminosas de sol de Antofagasta. Tal vez cruzó los rieles donde el amor se vende a pleno cielo y fulgor de la ciudad, cuando las estrellas empiezan a hacer guiños desde la inmensidad y el humo de los cigarrillos se funde con sus nubes bajas:

“Dentro de mí hay un viejo lobo de mar,

El buen piloto de un bergantín negrero …”

Recuerda Andrés Sabella, y luego continúa:  Si Salvador Reyes se oscureció con la tierra de cien caravanas mineras, Salvador Reyes, su nieto, se azuló en las cien trombas del azar marino”

Oriel Alvarez, hace una importante referencia, respecto a su presencia en Atacama: En 1925, lo precede su cuento El último Pirata. Al retornar a Caldera, en ambientes que le eran familiares, observa faenas de reflotamiento del barco “Blanco Encalada”, hundido en 1891, en la Bahía de Caldera. Salvador reconoce en sus memorias “todo esto me había dado la idea, hacía muchos años, de mi primer cuento “El Último Pirata”. Y concluye Oriel, “Periódica y espaciadamente retornaba a su terruño”

Salvador Reyes, en varias de sus páginas evoca a Copiapó, en su libro “El continente de los hombres solos”, en los recuerdos de su viaje, hacia la aventura del Polo Sur, evoca la zona de sol y soledad, misterios y recuerdos de su infancia:

           “Desde el oscuro mar surgen los recuerdos confusos de la infancia como finas espirales de humo: Copiapó, la antigua casa y el cuarto donde colgaban armas del Séptimo de Línea ….historias de batallas y aparecidos … primeras siluetas  femeninas, casi inmateriales …. Qué largo camino recorrido para llegar a esta noche del sur, incierta, breve, vana como la vida”

Y en su libro “Norte y Sur”, 1947, la primera parte Norte, la Novela “Copiapó”, por ende ambientada en esta ciudad y las minas aledañas, Augusto Iglesia, en su discurso de Recepción en la Academia Chilena de la Lengua, en 1960, dijo:

              “En el pasado siglo, el inmenso desierto en donde se anida el Valle de Copayapu, engarzándose en el yermo con sensación de oasis sirve de escenario a una fiesta de mineros y cateadores, embrujados por el oscuro heroísmo de los antiguos aladinos de las sierras, los bronceados mocetones del Norte Chico, husmeadores de tesoros de Atacama, al sonar el clarín dejaron sus palas, y picotas  y echándose el fusil al hombro corrieron  a reconocer filas, alistándose en defensa de la patria”

Concluiré con las palabras de Salvador Reyes, “El mar es la patria de todos los soñadores”, y con sus predicciones, la vida después de la muerte:

“Cuando yo muera, tú serás mi única mortaja. En ti quiero dormir como en un regazo de oro, para que nunca cese mi destino de hélice, para que vuelto parte de tu vida, continúe la mía en soles, en peces, en olas, en rumores”

Se cumplieron sus deseos. Falleció el 27 de febrero de 1970 y sus cenizas se esparcieron en los mares de Antofagasta, y nos dejó para regocijo nuestro treinta y un libros, y por cierto, tuvo innumerables reconocimientos, entre los cuales   podemos destacar: Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua (1960-1970) y el premio Nacional de Literatura, el cual lo obtuvo el mismo año que puso fin a sus funciones diplomáticas, en 1967.

Eduardo Aramburú García es profesor y un destacado escritor, poeta, narrador y ensayista. Integrante de la Corporación Letras Laicas, Miembro Correspondiente, por Copiapó, de la Academia Chilena de la Lengua. Con una gran cantidad de premios y reconocimientos nacionales y regionales por su obra, como por sus aportes a la actividad cultural y literaria. También ha sido un impulsor de la actividad gremial de los escritores.

3 comentarios en «Un aproximación a la obra de Salvador Reyes»

  1. Que gran síntesis profesor Aramburú. Gracias por su labor investigativa en beneficio de las letras nacionales. Tengo interés en dar lectura al libro “Mònica Sanders”. Con su crónica se ha reavivado mi interés. Un abrazo estimado profe.

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  2. Felicitaciones a Eduardo Aramburu por tan notable tributo a un Grande de las Letras del Norte chileno.
    Y congratulaciones a Voz Indómita por ofrecer un afortunado espacio para las causas justas.
    Desde Santiago de Chile van mis abrazos fraternales.

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  3. Genial el escrito de Salvador Reyes, sintetiza la fuerza interior de ese mar que llevaba, de sus amores Copiapó, Antofagasta y Valparaíso. No se podría haber expresado mejor, viniendo de usted don Eduardo. Creo que cada artículo que se escriba de él nos permite testimoniar su vida y amplitud literaria y reconocer a nuestro premio nacional de literatura. Desde mi norte un abrazo fraterno.

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