Sobre las violencias que emergen después del encierro: un llamado desde Benjamin a repensar la educación y la vida común

Por Katia Riveros Zepeda.

La pandemia dejó tras de sí no solo una estela de pérdidas humanas, afectivas y económicas, sino también un aumento palpable en las múltiples formas de violencia que atraviesan nuestras vidas cotidianas: violencia escolar, violencia intrafamiliar, violencia digital, violencia institucional. En los pasillos escolares, en las aulas universitarias, en los hogares o en los espacios públicos, pareciera que las fisuras de la vida social se ensancharon. Como si el encierro, lejos de cohesionarnos, hubiera potenciado los estallidos. ¿Cómo pensar esta condición pospandémica que exacerba la hostilidad y erosiona los vínculos? Aquí es donde Walter Benjamín, pensador lúcido de la catástrofe, puede ofrecernos claves para una lectura más profunda.

Benjamín, en su ensayo «Para una crítica de la violencia», nos recuerda que toda violencia está inscrita en una lógica del derecho que se arroga el poder de decidir quién puede ejercerla y en qué circunstancias. La violencia no desaparece con la ley, sino que muchas veces es la propia ley la que la conserva. ¿Qué tipo de violencia, entonces, se ha naturalizado en nuestra sociedad pospandémica? ¿Qué discursos la legitiman, qué silencios la sostienen?

El encierro, la virtualización de la vida, la reducción de lo escolar a pantallas y rúbricas rompió formas tradicionales de socialización. Eso sin nombrar las brechas de acceso a las tecnologías y el acompañamiento para el uso. El retorno a la presencialidad no fue un regreso al punto anterior, sino la irrupción de subjetividades fracturadas, cuerpos con miedo, adolescentes con rabia, niños desconectados del deseo de aprender. La escuela, tal como la conocíamos, dejó de funcionar como espacio de contención. En lugar de acoger, muchas veces reproduce las mismas violencias que habitan fuera de ella. Pero ¿acaso no fue siempre así?

Benjamín afirmaba que el “estado de excepción” en el que vivimos se ha convertido en regla. Lo que vivimos durante la pandemia fue una excepcionalidad que reveló lo que el orden social ya contenía: desigualdades estructurales, abandono institucional, desarticulación comunitaria. La violencia pospandémica no es “nueva”, sino que ha sido revelada, magnificada, visibilizada. Lo que está en juego no es solo el aumento cuantitativo de agresiones, sino una profunda crisis de sentido que se manifiesta en el trato con los otros, en la pérdida del lenguaje común, en la dificultad para reconocer al otro como alguien digno de cuidado.

En este contexto, la educación tiene un rol ineludible. Es la Escuela que no debe actuar solo como espacio de transmisión de saberes, sino como práctica ética, estética y política. Si, como decía Benjamín, toda auténtica educación es un acto de interrupción —una detención del curso “natural” de las cosas—, entonces urge interrumpir los ciclos de violencia que se repiten como automatismos. Urge una pedagogía del cuidado, del asombro, del vínculo. Urge volver a preguntarnos qué mundo estamos ayudando a sostener y qué mundo podríamos comenzar a habitar con otros.

La tarea, en palabras del propio Benjamin, es “organizar el pesimismo”. No para resignarnos, sino para hacer de la crítica una herramienta que abra espacios , que interrumpa la lógica del daño y restituya posibilidades de vida en común. La violencia pospandémica no se resolverá con más control, reglamentos, castigos o vigilancia, sino con más comunidad, escucha y afecto. Que la educación, la escuela, universidad  sea, entonces, ese espacio donde interrumpimos el horror cotidiano para ensayar lo imposible: la ternura como forma de resistencia.

A pensar entonces en imposibilidades posibles.

Katia Riveros Zepeda es académica de la Escuela de Educación de la Universidad Católica del Norte. Es candidata a doctora en Educación y Eco-transformación por la Universidad Internacional Antonio de Valdivieso, Nicaragua. Su línea de trabajo se sitúa en la intersección entre complejidad, educación inclusiva, afectividad y justicia epistémica.

Deja un comentario