Territorio, memoria y derechos humanos:
La experiencia de la cartografía de la memoria en dictadura en Atacama
Por Sara Arenas Marín, psicóloga. Magister en investigación psicología social y Doctora en intervención psicosocial.
*Esta experiencia nos permitió reconocer una ciudad con una historia fluida, escrita en sus calles, sus veredas, sus puertas y espacios urbanos.
Trabajar la memoria de los territorios es una experiencia significativa, ya que nos lleva a reconocer que los espacios construidos tienen un contexto, no solo son un escenario donde suceden cosas, sino que están cargados de identidades, de historias, emociones y diversas prácticas sociales que dan cierto correlato a quienes lo habitan.
Construir una cartografía de la memoria de la dictadura en la Región Atacama se transformó en una idea desafiante, con un importante componente colectivo. Ya a mediados del año 2019, en el marco del levantamiento de información para el Museo de la Memoria de los Derechos Humanos, se inició un primer piloto de memoria georreferenciada con alumnos de la carrera de diseño de la institución Santo Tomás. Esta experiencia se retomó el año 2021 con un proyecto de la Agrupación de Familiares y Amigos de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de Atacama.
Fue así como nos adentramos en trabajar en el territorio durante cuatro meses en las comunas de Copiapó, Vallenar y Diego de Almagro. Esta experiencia comienzó con la revisión documental existente, la que se refrendó con entrevistas y el recorrido en el territorio, esto último, con el fin de apreciar y fotografiar en la actualidad los lugares identificados. Posteriormente, todo lo recopilado se sistematizó en una plataforma web que permitiera georreferenciar los puntos identificados por los participantes, incluir fotografías y audios.
Esta investigación pudo evidenciar como el territorio de Atacama se utilizó de manera diferenciada para distintas prácticas sociales desde 1973 a 1990, entre ellas, acciones de solidaridad, resistencia y protesta. En plena dictadura militar, surgieron organizaciones en defensa de los derechos humanos que alzaron la voz para denunciar la represión y apoyar a los perseguidos. La solidaridad se evidenció en la asistencia jurídica, económica, técnica y espiritual a las víctimas de la violencia de Estado y sus familiares. El término “resistencia” fue originalmente atribuido al conjunto de personas que clandestinamente se oponían al régimen dictatorial. Mientras que la represión se hizo presente desde el golpe de Estado con arrestos masivos en operaciones de allanamiento en barrios, poblaciones, universidades, hospitales, edificios públicos, etc.
En la investigación se observó que la solidaridad fue un ejercicio permanente a lo largo de la dictadura. Rápidamente se organizaron en grupos para apoyar a las víctimas del régimen y, al alero de la Iglesia Católica y el Obispo de la época don Carlos Camus, se abrieron los primeros canales para que las personas que buscaban ayuda, orientación y/o apoyo lo pudieran recibir. Tarea que posteriormente, con vehemencia, llevó a cabo don Fernando Ariztía, quien hizo de estas acciones solidarias en dictadura su apostolado.
Uno de los hechos que tempranamente golpeó a la población de Atacama fue el paso de la caravana de la muerte. Fueron principalmente las mujeres familiares de estas víctimas quienes comenzaron el peregrinar a lo largo del territorio para saber dónde estaban los cuerpos de sus seres queridos. Ello generó una tímida red de solidaridad, que les ha permitido sobrellevar el dolor hasta la fecha, producto de que aún hay desaparecidos que encontrar, cuerpos que reconocer, en un contexto de pactos de silencio, impunidad y falta de verdad.
También fue posible evidenciar cómo la pobreza y desigualdad se instalaban en las poblaciones, desarrollándose distintas acciones de ayuda para sobrellevarlas, tales como: roperos, cooperativas de compra colectiva, comedores populares, lecherías, bolsas de empleo, etc. Estas iniciativas tuvieron un alto significado en la memoria colectiva por el número de niños y adolescentes que se beneficiaron. Destacable fue el comedor popular de la parroquia San José Obrero. Este se levantó gracias a la acción mancomunada de la Iglesia Evangélica, la Iglesia Luterana y la Iglesia Católica de la época, con el fin de enfrentar el hambre de esos tiempos. En sus salones niños, niñas y adolescentes podían alimentarse, mientras que en la capilla se fomentaba la solidaridad de clase. Esto sin dudas tuvo sus consecuencias. Primero empezaron a ser intervenidos, ya en las misas no estaban los vecinos/as de siempre, sino gente extraña que oía el sermón y tomaba notas; posteriormente vino la persecución, lo que implicó el cierre del comedor, los allanamientos a mitad de la noche y el montaje. Esto último fue lo que más impactó en el ideario vecinal, ya que los religiosos/as y algunos/as feligreses fueron detenidos por un supuesto almacenamiento de armas y propaganda subversiva (que incluía ridículamente un autógrafo del Che que había muerto varios años antes en la selva boliviana), todo esto bien adornado de relatos de supuestas delaciones entre la propia comunidad religiosa.
La resistencia se desplegó en todo el territorio Atacama, y la geografía de la misma región favoreció las acciones diferenciadas a lo largo del territorio. Por ejemplo, en Vallenar el hecho de que las protestas se desarrollaran principalmente en los sectores altos, los pobladores lograban cortar las avenidas en las poblaciones y hacer ruido para que fuese escuchado por los/as vecinos/as que estaban en la parte más baja, iniciando así la protesta masiva. Cada vez que eran perseguidos por las policías, los vecinos en redes de apoyo anónimo, pero decidido, lograban que las personas entraran a diferentes viviendas y en un santiamén desaparecieran.
En Copiapó la cosa no fue muy diferente, tempranamente las protestas se comenzaron a desarrollar en los sectores altos, siendo un lugar recurrente la avenida Los Loros. Dentro de las acciones de resistencia se pudo reconocer el uso de las barandas de la avenida Circunvalación, las que con piedras se hacían sonar para generar la señal de inicio de una jornada de protesta, que incluía cacerolazos, volanteo, barricadas, apagones, etc.
En Diego de Almagro la geografía con sus piques y minas permitía el encuentro coordinado de sus ciudadanos, cuyas intervenciones en el territorio eran fugases, pero intensas, dada las represalias que eso implicaba especialmente para un puñado de familias. Más avanzada la década de los 80 las protestas fueron más visible con procesiones, marchas e incluso caravanas. Cabe destacar que los sistemas de seguridad eran de mucha importancia, se trataba de evitar de distintas formas la infiltración y el soplonaje.
Cuando nos tocó indagar la represión se logaron identificar distintos lugares en la región usados para estos fines, siendo uno de los más significativos el regimiento de Copiapó en cuyas dependencias fueron muertos y desaparecidas 17 víctimas de la Caravana de la muerte. Otro lugar donde se desplegó represión, pero también resistencia y solidaridad, fue la Universidad de Atacama. No podemos dejar de recordar que en este lugar fueron reprimidos cientos de estudiantes y se causó la muerte de dos alumnos, uno de ellos Guillermo Vargas, hermano de una funcionaria de la casa de estudio y vecinos del barrio de Las Canteras. La represión tuvo distintas caras y distintos formatos, en Copiapó un importante número de casas habitaciones eran ocupadas como lugares de retención, interrogatorios y torturas, siendo las más reconocidas las casas ubicadas en la calle San Román y en Los Carrera, esta última frente al regimiento de Copiapó.
La memoria no es algo estático, sino que algo que se hace vívido cada vez que se recuerda y se trae al presente; la memoria es algo que permite educar, reparar y reconstruir. Cabe destacar que esta experiencia de levantamiento de información fue realizada por dos psicólogas, Valeria Maturana y Sara Arenas, mientras que el diseño digital fue hecho por el diseñador Benjamín Pardo.
Para nosotros/as como investigadores/as esta experiencia nos permitió reconocer una ciudad con una historia fluida, escrita en sus calles, sus veredas, sus puertas y espacios urbanos. Todos lugares llenos de emociones, donde las personas han transitado hacia el olvido mayoritariamente. Este ejercicio nos permite recordar, pasar por el corazón una historia y traer al presente las diversidades de prácticas, en un periodo de solidaridad, resistencia y represión en nuestro país.