Cuando el sol vuelve a nacer: la justicia implica reconocer que los pueblos indígenas tienen epistemología

Katia Riveros Zepeda

Cada 20 de junio, Chile conmemora el Día Nacional de los Pueblos Indígenas. En el calendario oficial, aparece como una fecha más; en los territorios, en cambio, marca el comienzo de un nuevo ciclo de vida. Para los pueblos del Sur, el solsticio de invierno no es sólo un fenómeno astronómico: es el momento en que el primer rayo de sol anuncia la renovación de la vida, la noche más larga ha pasado. La semilla, que dormía en el vientre de la tierra, se prepara para despertar.

La cosmovisión milenaria de los pueblos del Sur  nos enseña que todo comienza con el Sol. El Inti Raymi, el We Tripantu, el Machaq Mara, no son celebraciones folclóricas ni actos culturales: son ritos vivos que conectan cuerpo, memoria, comunidad y cosmos. Son formas de relación con el tiempo, con madre tierra  naturaleza, con los ciclos de la existencia. Son calendarios del corazón, marcados no por relojes, sino por el pulso y sentir, sentir de quienes habitan.

Sin embargo, en un país que avanza en los acuerdos, pero aún gobernado por la lógica del extractivismo cultural, estas fechas son muchas veces banalizadas. Las instituciones “celebran” la diversidad sin interpelar sus estructuras. Se enarbolan banderas sin comprender. Se invitan cultores a los actos oficiales, pero no se permite que sus saberes transformen la educación, la política, la justicia.

Aquí emerge la urgencia de una justicia que va más allá del derecho positivo. Lo que los pueblos indígenas exigen –y lo que muchas de nosotras también exigimos desde nuestras resistencias mestizas y comprometidas– es justicia epistémica. Como bien señala Catherine Walsh, no hay verdadera transformación sin descolonización del saber. Y como advierten Walter Mignolo y Ramón Grosfoguel, el colonialismo no solo ha sido territorial y económico, sino también epistémico: ha dictado qué conocimientos valen y cuáles deben silenciarse.

En cada celebración no solo renace el Sol: también renace la posibilidad de volver a aprender desde otros códigos. La justicia epistémica implica reconocer que los pueblos indígenas no solo tienen cultura, tienen epistemología. No son sólo fuente de inspiración, son fuente de conocimiento. Sus prácticas agrícolas, sus formas de crianza, sus relatos orales, sus sistemas de justicia comunitaria y sus cosmologías son modos completos de habitar el mundo, esto  no es arqueológico es estar siendo ahora.

¡Conocer para reconocer! 

Chile debe avanzar hacia una educación que no sólo incluya lo indígena, sino que se deje transformar por lo indígena. Una escuela, una universidad que escuche la voz de los abuelos y las abuelas sabias. Una ciencia que entienda que no todo puede ser cuantificado. Una pedagogía que entienda que el conocimiento también se danza, se canta, se siembra.

El nuevo ciclo nos llama a girar con él. A soltar los discursos vacíos de inclusión y asumir el desafío radical de la descolonización. Porque no hay justicia sin memoria, y no hay democracia si sigue negándose la legitimidad de los saberes indígenas. Que el primer rayo de sol de este nuevo año no nos encuentre indiferentes, sino caminando hacia un país que no “tolere” la diversidad, sino que respete y se nutra de ella.

Nuestro valor subjetivo radica en la diferencia. En esa capacidad de sostener lo propio sin necesidad de negarlo frente al otro. En esa diferencia que no es déficit, sino riqueza; que no es obstáculo, sino potencia para transformar.

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