Por Cyndi Pérez Ramírez desde México.
“El que le quitó la vida a mi hija anda contento y libre…”, así nos dijo Don Pedro Argüello a todos los que escuchamos los “avances” del caso de su hija Pilar, asesinada hace diez años por su entonces novio, quien a pesar de la confesión del crimen salió en apenas tres meses.
Ninguno de los asistentes se sorprendió por la cantidad de años que han pasado buscando justicia, o peor aún, que el feminicida ronde en alguna colonia de su estado natal o de otro. En México es común que los asesinos de mujeres caminen a nuestro lado. Tan solo entre 2015 y 2021, hubo un aumento del 137 % en los feminicidios; el 97,7 % de los casos no son denunciados, y qué decir de los casos resueltos: 9 de cada 10 asesinatos quedan en total impunidad.
Esas cifras escandalizarían a cualquiera, menos al Estado mexicano. ¿Cómo es posible?, me digo en voz alta mientras leo las nuevas líneas de investigación que rodean al caso de Luz Raquel -la activista que murió por las graves quemaduras en su cuerpo- y que sugieren una autoinmolación. ¡Solo en este país las mujeres se matan así mismas!
Son ellas, las que tienen que probar -aun en la indiferencia de la muerte- que no merecían esos agravios; que salir de fiesta, como Debanhi, no es razón para “aparecer” en una cisterna; que no se escoge una pareja violenta por satisfacción, como la de Myrta Itzel, que la roció de solvente y le prendió fuego.
Cada vez que un asesinato ocurre, los representantes de la “justicia” buscan formas para criminalizarlas, revictimizarlas y desacreditarlas social y públicamente. No es casual que las filtraciones a la prensa se den justo en los álgidos momentos de exigencia de justicia a las víctimas.
Muchas de nosotras llevamos consigo teaser paralizador, navajas, gas pimienta y demás herramientas que nos ayuden a defendernos de nuestros agresores, nos hace sentir, al menos un poco, más seguras. En vida luchamos y por lamentable que parece, en muerte también. Siempre contra algo y siempre contra alguien.
Ya lo decía Marcela Lagarde, antropóloga e investigadora mexicana a la que le debemos el término feminicidio: “a las mujeres no nos creen y colocan nuestra razón en la sinrazón, en la locura (…) La mayoría de las mujeres vive cautiva tratando de sobrevivir.”
Para acabar con esta ola de dolor que producen las muertes de 11 mujeres al día, hace falta repensar las desigualdades a las que se enfrentan, los niveles de pobreza, el patriarcado como sistema opresor y seguirle repitiendo al Estado que ¡las mujeres somos personas!