Reflexión día del trabajo

Por Paulina Silva Castillo y Pía Loreto Valdés Barraza, Académicas Departamento de Psicología Universidad de Atacama

Muchas veces se habla de la igualdad de trato, equidad, paridad de sueldos entre hombres y mujeres o programas de beneficios para las mujeres trabajadoras. Pero, muy pocas veces se releva la importancia de los entornos de buen trato y en particular, cómo los espacios laborales se pueden convertir en lugares donde las mujeres se ven expuestas constantemente a distintos niveles de violencia.
  Hace solo 10 años el acoso laboral fue regulado en el código del trabajo y aun cuando ha pasado bastante tiempo desde aquello, y que muchas de las organizaciones hoy cuentan con procedimientos internos y normativas que lo regulan, todavía es posible evidenciar que no existe una real comprensión de este fenómeno al interior de las organizaciones.
  Algunos antecedentes provenientes del servicio civil y el ministerio de la mujer evidencian por ejemplo, que durante el año 2020 en un contexto de pandemia, y ya instaurada la modalidad de teletrabajo, en el sector público se registraron 1.288 denuncias entre acoso laboral, maltrato laboral y acoso sexual, siendo el 72,6 % de los casos denuncias realizadas por mujeres, las que además, evidenciaron una disminución en la participación laboral, producto de este contexto sanitario.
  Celebramos la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, omitiendo grandes elementos que si son analizados de una forma objetiva evidencian una perpetuación de la dinámica “opresor-oprimido, dado que las relaciones de poder nuevamente toman un rol protagónico en el desarrollo de prácticas que propician un contexto de riesgo para el ejercicio de prácticas laborales abusivas .
  Vemos también, como las organizaciones instauran una serie de programas o acciones orientadas por ejemplo a la conciliación de la vida familiar y laboral, conmemoración del día de la mujer, del día del trabajo o los días de las diversas profesiones u oficios, con la esperanza de que estas acciones aisladas puedan generar un cambio o contribuir a nivel personal y/o laboral. Sin embargo, es cada vez más evidente que se requieren grandes transformaciones internas que permitan concientizar realmente sobre las prácticas de violencia que se llevan a cabo.
  Un aspecto que debe ser tratado con urgencia, dice relación con el silencio. Pues este, representa una de las grandes limitantes frente a la denuncia de prácticas abusivas, cuando el develar puede significar represalias, pérdida del trabajo o cuestionamientos, por solo mencionar algunas de las tantas consecuencias.
  Este silencio que como amigo fiel, acompaña y genera una falsa sensación de “fortaleza”, de “capacidad para seguir adelante”, impulsa frases autoimpuestas como “esto va a pasar”, “no importa”, “no es tanto”, sumado a la sutil brisa de las acciones violentas desplegadas por quienes la ejercen y que muchas veces son inadvertidas por el 99% del resto de las personas que forman parte de ese equipo, el que a su vez forma parte de un círculo de violencia, como testigos silenciosos de prácticas que se normalizan y que perpetúan estas “microconductas” de acoso, que son llevadas a cabo bajo un meticuloso trabajo “de joyería”, que solo logra esculpir culpa, una autoestima dañada y en muchos casos cuadros depresivos en las victimas.                                                                                                                                                                                                                                                          La invitación es simple y clara: transformarse en un espectador, que espera con inquietud el siguiente capítulo de su serie preferida, representa otra forma de violencia todavía peor, cuando son las personas con las que se convive las más dañadas, puesto que la violencia en contexto laboral es una opción pero el silencio frente a ella NO