Karen Pesenti M.
Si bien en las caricaturas, casi siempre, se muestra un grupo de mujeres burguesas, rubias, bebiendo té y galletas mientras hablan de que les pareció el libro (book club), sí comprendemos que el club de libro es parte de la cultura angloparlante y hoy aparenta estar en su mejor momento dentro de la cultura literaria chilena.
Si bien, podemos rastrear (en Santiago) clubes de mucha antigüedad como el club de funcionarias del Banco de Chile Santiago Centro y el Club del armario ambos entre 15 y 20 años de continuidad; el primero responde a una necesidad prevista por la empresa de espacios de encuentro entre sus trabajadoras, mientras que el segundo busca solucionar un par de temáticas: ¿Qué es literatura LGBTIQ+? (pregunta que hoy por hoy ¿ha sido respondida?) y al mismo tiempo transformarse en un espacio de contención y compañía para quienes son parte de dicha comunidad. Ahora me hace ruido la poca popularidad de los clubes de lectura en esta región: teniendo en cuenta que el club “Rosario Orrego” de Estudio Labruma y coordinación de bibliotecas Atacama tuvo una duración de 3 años y el club de lectura LGBTIQ+ online duró un semestre y cruzó fronteras (no solo regionales, sino internacionales). Pero no puedo dejar de preguntarme ¿tan poco leen en Atacama? O ¿Atacama no consume (paga por) cultura?
Aquí es donde una como mediadora de lectura se cuestiona las fórmulas y claves del éxito para abrir un club y esas que te dicen: tener una temática clara, un listado de libros que representen el ciclo del club, galletitas y café. Pero la biblioteca del colegio María Educa de Puente Alto tenia el club “Mamitas que leen y bordan” o mi primer clubito “las valientes leen solas” (hermosa experiencia, hasta sacamos un periódico literario). Sin embargo, a mi parecer el secreto está en ir avanzando en el diálogo lector, que les participantes comiencen comentando si les gustó o no, para (con el tiempo) empezar a hacer un tejido entre lo literario y sus realidades.
Entonces podemos dilucidar que estos clubes tienen en común la experiencia lectora como un punto de encuentro, mas que el ser fuertemente literario (cosa que no es mala, la experiencia del taller rampante dictado online desde Buenos Aires, es el ejemplo de un club de lectura que es mas parecida a una clase en pregrado de literatura, pero no deja de ser amigable en su entrada al diálogo lector). Porque fomentar la lectura es contagiar al otre el placer de leer (como un virus) y de a poco avanzar y fomentar también el consumo de cultura en una ciudad donde esto se lo ve como un hobbie y se pide gratuidad, olvidando que es el trabajo de muches de nosotres quienes estamos resistiendo y generando espacios de cambio social.
A modo de PD: quiero agradecer a TC por el espacio clubero durante la pandemia, a la consultora Bibliotank y a su director Sebastián Santander por ser mi inspiración, a la tía Gladys del colegio SLG por prestarnos la biblioteca cada 15 días para que “las valientes leyeran solas”, a Claudio Briceño por haber confiado en mi para monitorear el club ”Rosario Orrego” por todo este tiempo y a mis querides bookstagram: rodeada.en.libros , kokelector, re.comiendolibros por estar siempre leyendo y recomendando lecturas….a todes abrazos lectores