Por Francisco Astudillo Pizarro.
Cual brutal y violenta expresión geológica de la destrucción material extractiva, el gigantesco hundimiento en la mina Alcaparrosa de propiedad de Minera Candelaria en la comuna de Tierra Amarilla ocurrido durante la última semana de julio, no solo ha alertado y atemorizado a los vecinos de la comuna frente a la incertidumbre y el riesgo que este fenómeno representa, sino que también ha abierto, a nuestro juicio, una importante controversia que interpela a la ciencia y la forma en el que el conocimiento es practicado políticamente en nuestra sociedad.
En los últimos días inclusive se han reportado agrietamientos en áreas cercanas al socavamiento principal, lo que despierta temores -como lo han planteado vecinos y vecinas de la comuna-, que nuevos fenómenos similares puedan seguir ocurriendo, con el riesgo de que ocurran en un área poblada implicando riesgo vital para las comunidades.
El socavón en cuestión es un hundimiento con un perímetro circular casi perfecto y un diámetro inicial de 32 metros, con una profundidad de 64 metros, este evento supera en magnitud a los anteriormente recordados y registrados. Las imágenes en fotografías aéreas y los videos de drones lo retratan impresionante y surrealista, como un vacío negro en la semidesértica superficie tierraamarillana.
Karl Marx denominó como fractura metabólica a la contradicción entre sociedad y naturaleza en las economías capitalistas, en este vínculo con una naturaleza instrumental y cuyos resultados derivan en una progresiva degradación ambiental. El paisaje ya distópico de Tierra Amarilla, caracterizado por relaves mineros, la contaminación del aire, los suelos y el secuestro de las aguas, tiene en el reciente socavón el más reciente elemento de una zona de sacrificio.
La oscuridad de su profundidad expresa la voracidad extractiva. La agresividad de su corte geológico muestra que en este caso la fractura no es una metáfora puramente conceptual sino que aparece como paisaje concreto, distópico, como una telúrica fractura expuesta entre la superficie y el subsuelo, y como la manifestación de una praxis institucional, política y económica.
Para lectores que no conozcan el contexto territorial, Tierra Amarilla es una comuna minera de la Región de Atacama, en su territorio abundan los subsuelos minerales, los yacimientos mineros y en ella operan emprendimientos mineros de todas las magnitudes, desde la tradicional hasta la megaminería transnacional de gran impacto.
Los hundimientos no son nuevos en Tierra Amarilla.
Existen registros y también memoria viva de algunos importantes en las últimas décadas, incluyendo eventos importantes en 1993 y en 2013. En el primero, los estudios plantearon que su ocurrencia se debía en parte considerable aunque no exclusiva a factores antrópicos (provocados por la intervención humana) vinculados a la actividad extractiva, en una interacción de factores antrópicos, edáficos e hidrológicos. Este caso es relevante como precedente en la medida de que confirma la incidencia de la actividad minera y las operaciones subterráneas.
Más recientemente, a fines de 2013, una serie de hundimientos ocurrieron alcanzando inclusive al área urbana de la comuna, afectando a viviendas en sus patios. La preocupación pública a nivel local, interpeló al mundo público y privado y se constituyó la Mesa Minera de Tierra Amarilla, integrada por las principales empresas, Gobierno Regional, el municipio y otros actores locales involucrados.
Aquella instancia de gobernanza multiactor contingente acordó estudios que fueron ejecutados en 2016, financiados por la empresa minera y que contó con la rúbrica de la Universidad de Atacama como garante, con conclusiones que apuntaban a clausurar las preocupaciones ciudadanas señalando que no había efectos de la actividad minera en los hundimientos, conclusiones que convenientemente liberaban a la empresa de responsabilidades.
Para comprender la controversia, en este punto es fundamental recoger lo que Clifford Geertz denominó como el “conocimiento local”, es decir un sistema cultural que conecta juicios y creencias desde la experiencia vivida por las comunidades humanas, dando forma así a su propio sentido común simbólicamente arraigado. En nuestro caso, en relación con las formas en las que la minería opera en la región y particularmente en la comuna.
Geertz comprendía el sentido común como un sistema cultural, en este sentido, desde hace años (y vinculado a los eventos antes mencionados) en Tierra Amarilla se ha desarrollado una creencia compartida y en constante flujo, que las múltiples exploraciones mineras presentes en la zona (particularmente urbana), han vaciado el subsuelo en sus actividades operativas, considerando estas tanto los yacimientos subterráneos como las infraestructuras de transporte requeridas por esto, esta noción compartida -aunque con variaciones- es un relevante componente del sentido común local.
Esta cuestión, nos dicen tanto los locales como quienes habitan, trabajan y transitan a diario su territorio, haría que el subsuelo tierraamarillano estuviese en gran medida hueco.
En esa línea, la Academia de Artes y Oficios Yachay Wassi convocó a un diálogo abierto para conversar el tema, realizado en el frontis de la Iglesia Nuestra Señora de Loreto (punto central de la ciudad). En esta actividad liderada por mujeres locales, gestoras culturales de la comuna, emergieron las preocupaciones de vecinos y vecinas a través de sus propias palabras, el conocimiento local como portador de su propia experiencia colectiva. En ese contexto, una artista local y vecina de la comuna lo expresó con claridad al tomar el micrófono y leer uno de sus poemas cuando dijo que “estamos en un puto queso” en relación con la situación del subsuelo. En aquella metafórica pieza de lenguaje se ilustra con nitidez la representación que vecinas y vecinos tienen del subsuelo local. Así, análogamente bajo la superficie, el subsuelo estaría ahuecado por la actividad extractiva de las mineras, cual queso gruyere con múltiples agujeros internos bajo su corteza.
En un trabajo de gran valor publicado en 2020 en la revista Estudios Atacameños los sociólogos Sebastián Ureta y Andrés Contreras se aproximaron a la controversia abierta por los eventos de 2013 destacando como desde la hegemonía extractiva y científico-técnica se tipificó a estas explicaciones locales como simples “mitos” y por tanto como falsos. Es más -afirman los autores- el actuar de la Mesa Minera de Tierra Amarilla operó en última instancia como una entidad que a través de su estudio técnico y sus conclusiones invalidó las preocupaciones ciudadanas y sus discursivas locales categorizándolas textualmente como “mitos” en su informe final.
En relación con las narrativas locales y el sentido común local en Tierra Amarilla y la zona en general en relación al subsuelo, es necesario señalar que estas involucran además importantes imaginarios del riesgo. Ureta y Contreras incluso recogieron una frase local para titular su trabajo “nos vamos a ir toditos para abajo”. Esta frase, muy común en las discursividades en flujo en la región y Tierra Amarilla, nos debe llevar a considerar que además de los hundimientos y socavones, los imaginarios del riesgo deben ser comprendidos en el contexto de un universo simbólico en el que los movimientos telúricos con una realidad de la experiencia, historia y memoria colectiva, y de escenarios de riesgos sísmicos siempre posibles. De esta forma, la posibilidad de un terremoto de alto grado en una zona con un subsuelo carcomido por la actividad minera, representa un riesgo latente en los imaginarios locales. Estos elementos, contribuyen un componente de riesgo adicional a todas las externalidades ambientales que la actividad extractiva ha derivado en el territorio.
Por otra parte, creemos a su vez necesario contextualizar el sentido común en el marco de un contexto material, económico e institucional. De esta forma si bien la mirada propuesta por Geertz en torno al contexto del sistema simbólico es interesante, esta no puede alienarse de una dinámica económica e institucional y por tanto metabólica en relación a su ambiente ecológico y material.
Es importante señalar que estas narrativas no surgen de la nada, emergen desde una praxis y del diálogo cotidiano y experiencial de un conocimiento directo e híbrido, en el que se mezcla la experiencia vivida y a la vez técnica, vinculada a una actividad hegemónica en la zona, no solo cultural sino que económica y políticamente, y de forma muy importante como experiencia de trabajo. Surgen de la experiencia de trabajo, de una organización metabólica como derivaciones discursivas vinculadas a un modo de producción extractivo hegemónico en nuestra región.
En esta línea es necesario destacar que estos componentes, ya sea como discursividades, narrativas, representaciones u ontologías derivan de una mediación experiencial de tipo híbrida, en este sentido muchas personas tanto vecinas de la comuna como también copiapinas, (e inclusive yo mismo) hemos conocido y conocemos a muchos trabajadores que operan diariamente en faenas mineras en el subsuelo tierraamarillano, desde técnicos, pasando por ingenieros, geólogos y hasta gerentes, quienes han testimoniado por años cuestiones que sustentan los imaginarios de riesgo presentes en la comuna en relación al subsuelo.
Lo anterior deriva que el conocimiento, aunque no necesariamente científico, pero sí en buena parte técnico a la vez que experiencial de trabajadores, técnicos y profesionales mineros por lo que la técnica sí tiene un lugar -que cabría por cierto ponderar- a la base de estas representaciones y de esta forma local de conocimiento. Este conocimiento local y con ellos las genuinas preocupaciones de la comunidad fueron sepultadas por el estudio de la Mesa Minera de Tierra Amarilla, la Compañía Minera Candelaria y la Universidad de Atacama. En contraste, la conclusión técnica del estudio de la Mesa Minera no está respaldada más que por la frágil credibilidad de un estudio y la sombra del conflicto de interés.
En el diálogo popular convocado por Yachay Wassi que comentaba, una de las cuestiones emergentes y transversales entre los asistentes fue la cuestión de las emociones, y entre ellas, destacaban la incertidumbre y el miedo, el riesgo emergieron como elementos de una realidad emocional que afecta a la comunidad local. Es necesario considerar la cercanía espacial entre el socavón y el área poblada, a lo que hay que agregar la aparición de agrietamientos recientes en las cercanías del socavón. La comunidad de Tierra Amarilla teme ante la incertidumbre y el riesgo.
Ulrich Beck afirmó hace ya algunas décadas que en el capitalismo avanzado la producción de la riqueza está sistemáticamente entrelazada a la producción social del riesgo, y podemos agregar que se trata siempre de una asimetría distributiva que reproduce desigualdades, por una parte la acumulación de riquezas y por otra el reparto desigual de riesgos. Esta contracara del desarrollo capitalista se expresa de formas ambientalmente brutales en las economías extractivas como la nuestra, constituyendo esta producción de riesgos, amenazas y vulnerabilidades una dimensión fundamental en las demandas y luchas por la justicia ambiental de nuestros días.
Volviendo a la historia de conflictos y controversias en torno a los hundimientos locales, la literatura contemporánea en ciencias sociales, particularmente en el campo de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) ha abordado estas cuestiones a través del concepto de controversias sociotécnicas. Estas controversias implican por lo general una tensión divergente y conflictiva entre diversas formas de conocimiento situadas a su vez, en posiciones asimétricas de validación formal y de poder.
En este campo, es habitual analizar estas dinámicas a través del conflicto entre formas de conocimiento experto que justifican decisiones políticas y económicas con impactos sociales frente a conocimientos legos de comunidades que resisten y disputan tanto las decisiones como las mismas justificaciones técnicas.
En el caso de los socavones de Tierra Amarilla, aquella división ha estado presente pero en ningún caso ha sido tajante ni estática, de hecho los estudios técnicos de 1993 dieron la razón a lo planteado por las comunidades, mientras que los de 2016 no, y en el presente es posible apreciar la intervención controversial de distintos expertos en la opinión pública expresando desacuerdos y alineaciones divergentes en la frontera divisoria de la polémica.
Frente a la proliferación de riesgos, frente la incertidumbre y a la ausencia de elementos científicos creíbles, y también frente la experiencia histórica concreta del estudio derivado de la Mesa Minera y el aval de la Universidad de Atacama, he querido reflexionar sobre la cuestión del conocimiento y el saber, desde una perspectiva política en el contexto de la controversia abierta.
Más allá del mérito técnico o no, más allá del carácter parcial de un estudio que no aborda la cuestión desde un enfoque interdisciplinario, sino una mirada recortada por completo reductiva, el estudio de la Mesa Minera no es creíble por varios motivos.
Primero porque es un estudio financiado por un sector privado e incumbente, liderado por Minera Candelaria que queda exculpado en sus propias conclusiones, lo que muestra al menos, evidentes conflictos de interés que no pasarían el más mínimo filtro de evaluación en la comunidad científica, segundo, el estudio tuvo el efecto político de clausura del debate, con sus conclusiones taxativas cerró el campo a nuevas investigaciones, ante lo que la Universidad de Atacama puso la firma cual lápida, clausurando el debate público e invalidando las preocupaciones locales.
Esta cuestión es a nuestro criterio muy grave, y su gravedad deriva de que cuestiones como esta terminan no solo por restar credibilidad a estudios puntuales, sino que corroen institucionalmente el rol de la ciencia en la sociedad, contribuyendo a su desprestigio en un contexto en el que proliferan teorías de conspiración, terraplanismo y antivacunas, y en el que la defensa de una praxis científica honesta es una necesidad para proyectar una esfera pública democrática.
Prácticas como las del estudio de la Mesa Técnica terminan por cuestionar a la ciencia misma y no a las condiciones políticas de su ejercicio, y las formas en las que la alianza entre intereses del mercado, el poder extractivo y el servilismo de las instituciones universitarias del estado toman lugar. Creemos necesario reivindicar a la ciencia como elemento de desarrollo a la vez que como campo de disputa.
La realidad de nuestro caso comentado muestra en cambio varias cosas: que el estudio carece de credibilidad por sus sesgos y conflictos de interés, que la Universidad de Atacama acató (y/o que contribuyó) la clausura investigativa (no se desarrollaron estudios posteriores que siguieran el tema), que la institucionalidad científica en Chile es precaria, que la actividad extractiva se ha seguido desarrollando en la zona y que ahora, ocho años después, un mega socavón y un gigantesco hundimiento y nuevos agrietamientos han ocurrido nuevamente.
En esta línea, el hecho de que en casi ocho años desde los eventos de 2013, no hayan estudios técnicos ni científicos sobre los efectos de la actividad minera en el subsuelo local es un fenómeno ilustrativo del rol marginal de la ciencia en nuestra sociedad.
Frente a un tema tan relevante y con antecedentes históricos que lo justifican, lo que hay es un estancamiento del estado del arte, un vacío dice tanto de la precariedad de la ciencia en nuestro país, como también de la relación clientelar y servil de las autoridades de instituciones como la Universidad de Atacama con los intereses extractivos.
Sobre estas ausencias, es importante pronunciarnos respecto de lo que creemos debe ser el rol del conocimiento y la ciencia como elementos de orientación de las decisiones técnicas y políticas, pero también como elementos de certidumbre hacia la comunidad y de enriquecimiento de la esfera pública. Sin embargo, la precariedad científica expuesta en este caso muestra que la ciencia, y no sólo en relación con estos eventos en discusión, no solo en nuestra región, sino que a nivel nacional se encuentran también en un socavón que queda en este caso también expuesto.
Las comunidades y sociedades debemos demandar de nuestras instituciones políticas apoyo científico, verdaderas políticas de conocimiento con financiamiento de investigación interdisciplinaria en temas críticos como lo es el del caso de los socavones en Tierra Amarilla. En esta línea, a través del alcalde Cristóbal Zúñiga y con apoyo de todo el concejo municipal, el municipio de Tierra Amarilla ha solicitado un estudio técnico financiado por el estado que otorgue elementos de certidumbre en relación tanto a las causas reales del socavón como de potenciales riesgos para la comunidad, petición ante la que el gobierno del Presidente Gabriel Boric a través de la ministra de minería Marcela Hernando se ha comprometido a financiar.
Las últimas informaciones al respecto (al cierre de edición) señalan que lo realizará el Servicio Nacional de Geología y Minería SERNAGEOMIN con el apoyo técnico de la consultora Geodatos, equipo al que se integrará también la Universidad Católica del NORTE UCN.
Aunque desconocemos la trastienda de la decisión, resulta interesante el rol que pueda tener la UCN en este estudio como aporte a su credibilidad técnica, esto en contraste con el rol que la Universidad de Atacama tuvo como aval del mundo privado en 2016, antecedente que afecta su credibilidad. La realización de este estudio y su buen desarrollo es una prioridad ante la urgencia, sin embargo esta urgencia y la necesidad de información y certidumbres en el presente, creemos no son incompatibles con discusiones más generales de mayor alcance en términos de horizontes políticos de mediano y largo plazo, como lo son, el de la necesidad de una política de conocimiento público que aporte de forma significativa al desarrollo de las regiones, que autonomice a la ciencia de la precariedad estatalizada y los intereses del sector privado.
Ante el socavón de la ciencia es necesaria una institucionalidad científica que independice al desarrollo científico tanto de la responsabilidad social empresarial, como también del proyectismo estatal de corto plazo hegemónico hasta nuestros días, expresión sintomática del neoliberalismo en relación con el conocimiento. Esta cuestión requiere a su vez de ampliar la concepción del conocimiento, sacarlo de la reducción extrema a una mera técnica abstracta como lo es en nuestro presente, por lo demás siempre convenientemente funcional a los intereses extractivos, es necesaria la interdisciplinariedad y también una mayor presencia e integración de las ciencias sociales en los estudios estratégicos.
Sacar a la ciencia del socavón es una tarea política de futuro, pero con urgencias ardientes en el presente. Necesitamos otorgar autonomía a las actorías del mundo científico, habilitando una mayor contribución de la ciencia al desarrollo de nuestras regiones y de los abandonados territorios frente al sacrificio extractivo.
Todo mi apoyo a la comunidad de Tierra Amarilla en esta lucha, en la visibilización, problematización y búsqueda de soluciones de un conflicto por la justicia ambiental aún abierto, un conflicto profundo, como el mismo socavón.
Francisco Astudillo Pizarro es Sociólogo, Master en Antropología Social FLACSO Argentina. Investigador Instituto de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires. Investigador asociado al Programa “Espacios, Políticas y Sociedades” (Centro de Estudios Interdisciplinarios, Universidad Nacional de Rosario). Becario Doctoral CONICET